jueves, 10 de agosto de 2017

Interludio Uno: Sentido

Todo listo. Todo. Cuento las horas para empezar y los ocho días que quedan me queman, el reloj no avanza. Calmo la sed siguiendo las andanzas de Salva, grande entre grandes, que está inmerso en una aventura similar. Déjate una ronda pagada en Santiago, chico, no seas miserias. Porque llegas, seguro que llegas. Todos mis ánimos desde este rincón, amigo.
Mañana Sarah y yo llegamos al primer puerto, donde no pienso descansar. Entrenos de mañana y tarde, como los pros, para coger el tono necesario, que no queremos desafinar en ésta más que probable última ronda ciclista de dos semanas, que ya uno empieza a pintar canas, y añoranzas de sofá.

Vuelvo a casa, a teñirme de sal, de amor de familia, de remanso de paz y flamencos, siestas pre-almuerzo y reajuste mental. Hace trece meses que no cato unas vacaciones, ya está bien. La vida me debe una desconexión a las puertas de las cuatro décadas. Seamos justos. Me lo he ganado.

Podría no moverme de la orilla, quedarme quieto y aprender a respirar despacio, pero vivir en mi cabeza es difícil, no suelo contentarme con lo que consigo. No me gustan los conformismos, aunque entiendo el mundo en el que vivo y las reglas que lo rigen. Este "me voy a perder por ahí pero te lo voy a contar en un blog". A veces necesitamos tiritas en el alma.
Es todo cuestión de sentirse vivos, ¿no? Ese querer dejar de ser una oveja entre rebaño. Esa necesidad de trascendencia. Todo es cuestión de arriesgarse.

Y a eso no me gana nadie, por mucho que se piense por ahí. Porque soy de jugármela, de vivir en el filo y de no arrepentirme de lo que hago. De pensar poco y cada vez menos. De equilibrarme a base de desequilibrio y barquinazos, de tropezar una y otra y otra vez más sin miedo a las tardes de reposo forzado y llanteras vespertinas. Que estamos aquí solo un rato y mi rato va a ser el mejor.
Dicen los japoneses que todos tenemos tres caras. La primera cara es la que muestras al mundo. La segunda solo se la muestras a los seres más cercanos. Y dicen que la última cara no se la muestras a nadie. Que esa es exclusivamente para ti. Es el único y más real reflejo de lo que eres. Es la que te da paz, o la que no te deja dormir. El tatemae, lo llaman, y sé de lo que hablo, que yo este año tengo la suerte de contar entre los míos con clases exclusivas de pensamiento nipón. Grande eres, Koike San. Loviuh cosa mala.
Ni sé , ni quiero plantearme, cuál de las tres os muestro. Y ni sé, ni quiero plantearme, el gasto emocional que supone. Y volvemos al principio del círculo: correr riesgos.
La vida es más chula cuando te equivocas. Y a pesar de lo que digan, los errores no enseñan. Sencillamente, los cometes. Y se repiten. Y eso es lo que te hace sentir vivo, pleno y real.
Así que, amigo, arriesga. Equivócate, toma malas decisiones, ponte en la picota. Juégatela de vez en cuando, apuesta a caballo perdedor y envida a grandes con tres pitos cuatro.
Ese es el verdadero sentido de todo ésto que llamamos vivir.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado eso de cada vez pensar menos, de no arrepentirse de lo que uno experimenta. Vida solo hay una y es aquí y ahora. Merecidas vacaciones, peque!

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  2. Todo pasa y todo queda,
    pero lo nuestro es pasar
    pasarr haciendo caminos,
    caminos al pedalear.

    Buen viaje bro,
    nos vemos por todo lo alto. Sil Fono.

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