miércoles, 23 de agosto de 2017

Día Cuatro: DE MANZANAS Y MASTINES

Más cansado de pensar en distancias que de pedalear, arranqué esta mañana dispuesto a entrar en Extremadura, con dos manzanas en los bolsillos del maillot y zumo tropical en una de las botellas. He descubierto que, oye, no está malo calentujo... Se deja beber mejor que el acuarius.
Hasta Hinojosa del Duque del tirón, que temprano se anda mejor, a echarle un ojo a la Catedral de la Sierra, iglesia enorme, aunque parece que estuviera fuera de sitio aquí, entre tanta encina. Y del tirón después hasta Monterrubio de la Serena, donde un tipo se ha ofrecido a acercarme en su furgoneta hasta donde he parado hoy, Castuera. Al tío éste, obviamente, le he dicho que no, pero vete tú a saber... Me habría ahorrado un par de sustos, por lo menos.
Así que tras dos litros de agua y charleta agradable en la casa del pensionista con unos cuantos jubilados, contando de dónde vengo, a dónde voy, y que no tengo ningún  problema mental, que es que uno tiene estas aficiones, arranco dirección a Castuera, donde hoy tenía pensado parar y evitar el calor que abrasa a partir de las dos de la tarde. Camino precioso, mixto, sube y baja, donde ya se masca Extremadura. Y tan feliz va el nene, con sus manzanicas, cuando de no se dónde me aparece un mastín como un diplodocus de grande y empieza a perseguirme.
No hay gel ni bebida energética comparable al chute de energía que te da mirar para un lado y ver un perraco con ganas de hincarte el diente en los gemelos. ¡Eso sí que ha sido un cambio de ritmo!
Bueno, pues eso me ha pasado unas cuatro veces más. Quizás la penúltima ha sido la más jodida, porque he ido todo ese trozo abriendo y cerrando verjas para poder pasar, no por placer ni por añadir un poco más de dificultad a la persecución, es que vas por zonas  privadas a veces. Y qué menos que dejar las cosas como te las encuentras, ¿no?
La verdad es que ha sido divertido, para qué mentir. ¡Mira que me gusta a mí un perro! Y los mastines, más. Si todos los noviembres subo al Cerro Huenes a ver a dos que hay allí, más bonicos que un San Luís (seguro que habéis visto la foto que tengo por ahí), pero estos estaban un pelín enfadados. Luego me he dado cuenta de que iban custodiando rebaños de ovejas, y claro, cuando uno está currando no tiene tiempo para tontás ni distracciones.

Castuera es grande para ser considerado un pueblo. Un sitio que tiene al menos dos estancos, ya para mí es una señora ciudad. Tras cónclave con mi comité de sabios, es decir, mis presidentes de la Pepa, mi familia y mi primo, he decidido quedarme aquí a descansar por hoy. A las 13:30h ya estaba en un bar (¡dónde voy a estar mejor!), y hoy me quedo en el albergue de peregrinos, un sitio espectacular para ocho cochinos euros que me cuesta. Solo estamos tres personas (y Sarah). Una pareja de alemanes (cómo no) que van haciendo el camino hasta Mérida, señor y señora Svai, los llamo. Me han dicho sus nombres, pero no me he enterado. Ellos están en un cuarto y yo en otro, con cuatro camas cada uno. Con los ligeros 43 grados que están cayendo a las ocho de la tarde, no creo que aparezca nadie más. Pero vamos, que si aparece, estupendo. Tengo ganas de hablar con la gente y de encontrar compañía. A veces se hace largo ésto de ir solo.
Un policía que me ha dado el alto por ir en dirección prohibida, que también son ganas de tocar la moral, ha sido el que me ha dado las llaves del albergue. Que si estás loco, que si con este calor a dónde vas hombre, que si ah, bueno, es que en bici es más fácil... Lo de siempre. Acepto que a pie sea distinto, pero no por ir en bicicleta ésto es un camino de rosas. Simplemente avanzas más. Y en menos tiempo. Es lo que tienen mis vacaciones... Que por mí, me pegaba ocho meses, con toda la tranquilidad del mundo. Pero solo tengo dos semanas. ¡Es lo que hay!

Ese tema me tiene mosca, porque empiezo a pensar que no voy bien de tiempo. Por eso, y porque ya decidí ayer que quiero evitar ciudades grandes, mañana no voy a Mérida, sino que trazo hacia otro lado para salir un poco más arriba. También planea sobre mi nuca la idea de coger un tren y ahorrarme unos kilómetros, que igual con estas alertas naranjas no es tan mala idea. Una cosa es competir con uno mismo, y otra que me de un apechusque por ahí. No descarto tirar de Renfe, no.
Pero por ahora, no.

Tengo un hambre canina (mira tú cómo hila el tío) y empiezan a crecer las terrazas de los bares. Y ya se sabe, donde fueres...

¡Salud!

No hay comentarios:

Publicar un comentario